El análisis del envejecimiento biológico en las especies sociales es importante para comprender qué influencia tiene la vida en grupo, sobre la evolución del envejecimiento de los miembros de la sociedad. Para sorpresa de investigadores de la Universidad de Boston, hormigas obreras de la especie Pheidole dentata no muestran ningún signo de decadencia en su salud o capacidades físicas cuando envejecen y mueren "en plena forma".
Los insectos sociales ofrecen excelentes oportunidades para probar hipótesis relacionadas con el binomio envejecimiento/comportamiento. Esta es la teoria de Ysabel Giraldo y James Traniello, de la Universidad de Boston (EEUU), convencidos de que, al observar animales como las hormigas, tal vez podamos aprender algo sobre cómo las interacciones sociales configuran el comportamiento y la neurobiología de los individuos. Preocupados por el envejecimiento humano y algunos mecanismos moleculares relacionados con la muerte celular en el cerebro y la aparición de desórdenes neurodegenerativos, como el Alzheimer o el Parkinson, se les ocurrió preguntarse qué sucede con el cerebro de las hormigas cuando envejecen.
Aunque, desde luego, el cerebro humano y el de la hormiga son muy diferentes, el estudio del comportamiento de estos insectos puede tener algo en paralelo a nuestra propia organización social.
Para establecer posibles relaciones, estudiaron cientos de hormigas obreras de la especie Pheidole dentata, a la búsqueda de fenómenos similares a los que se producen en los seres humanos con la edad: mayor muerte celular en ciertas áreas del cerebro, niveles más bajos de ciertos neurotransmisores importantes, como la dopamina y la serotonina, y una disminución de rendimiento en las tareas diarias.
Las observaron y registraron datos sobre su actividad en sus quehaceres cotidianos, como el cuidado de las larvas, la capacidad para seguir las marcas de feromonas para recolectar en cooperación la comida o la eliminación de individuos muertos. Con paciencia, persistencia e ingenio, los investigadores fueron midiendo el desempeño de las hormigas durante dos años.
Al analizar la información obtenida, Giraldo y Traniello quedaron maravillados. Sorprendentemente, las hormigas obreras, que viven hasta 140 días en el laboratorio, no mostraron ningún signo de decadencia relacionada con la edad antes de morir. Las hormigas obreras nacen torpes y luego adquieren un comportamiento y van ampliando su repertorio. Así que los investigadores esperaban que habría una curva normal para las funciones de los insectos: mejorar, un pico de rendimiento y luego declinar. Algo así como los seres humanos: perdemos oído, perdemos vista, perdemos coordinación motriz y también memoria y, con el tiempo, morimos.
Pero no. Las hormigas no mostraron signos de envejecimiento y, de hecho, algunas de sus funciones incluso mejoraron con la edad, como la habilidad de seguir las marcas de feromonas. Sus cerebros no presentaron una mayor apoptosis, o muerte celular, en compartimentos funcionalmente especializados o una disminución en la densidad sináptica entre neuronas. Por otra parte, los niveles de serotonina y dopamina, al contrario de lo esperado, aumentaron en las obreras viejas. Los animales mantuvieron las funciones cerebrales que apoyan el olfato y la coordinación motora independientemente de la edad. Además, se mostraron más activas a medida que envejecían.
La cuestión es cómo es posible este fenómeno y por qué sucede. Y claro, también, ¿cómo podemos los humanos parecernos un poco más a las hormigas en su capacidad de esquivar la senescencia? De momento, no hay respuesta. Quizás la avanzada organización social de las hormigas hace que sus cerebros sean más eficientes y resistentes, o quizás intervienen otros factores.
Los científicos tampoco están seguros de porqué las hormigas "en plena forma" mueren en realidad, si no es por accidente o depredación.
Fuente: Higiene Ambiental, Ysabel Milton Giraldo y otros: Lifespan behavioural and neural resilience in a social insect, Proceedings of the Royal Society B, 2016